Y el humo se fue a por tabaco y no volvió

Imaginaros: el precio del tabaco sube y a principios de año, justo cuando los fumadores se proponen abandonar su addición, el gobierno planta una ley que prohibe fumar en cualquier espacio público. Tal vez los fumadores se sientan perseguidos, pero en realidad esto es una auténtica ruina para las tabacaderas. Algunos dicen que ellas están detrás de todo el revuelo mediáctico. Yo no pecaré de amarillo.

La cuestión es que la gente se queja, se queja y se queja... Los que lo piensan poco dicen que el prohibicionismo no es bueno. Los que lo piensan aun menos dicen que esta medida es cuasi fascista. Pero, ¿acaso no está el asesinato, el robo, el hurto, las grabadoras de formatos audiovisuales en clase o el matrimonio gay según últimamente propone el PP prohibido también? ¿El prohibicionismo es fascismo? ¡El prohibicionismo es la representación pura y dura de la ley y, por tanto de la democracia!

Y, ¿por qué no prohibir algo que intoxica los pulmones de aquellos que son sanos? No es sólamente la cuestión de los fumadores pasivos, sino que los niños ven normal esta conducta autodestructiva, la asocian a la madurez y casi casi a la exclusividad. Y si miento, que alguien se atreva a decirme que la mayoría de los jóvenes no empiezan a fumar para creerse más mayores.

En definitiva, que se prohiba fumar NO VA A PERJUDICAR A NADIE. A nadie. A nadie excepto las tabacaderas, los neumólogos de la sanidad privada y las funerarias. Los detractores de la ley aún no han podido dar con una solución cívica que respete por completa la salud de los no-fumadores. Y, es que, si cuando prohibieron la nicotina en los hospitales ya nos escandalizó y ahora fumar delante de un enfermo nos parece totalmente impensable; algo parecido pasará en este caso dentro de unos años.